Para nuestro gran amigo Nacho Alió, que nos ha dejado precipitada, incomprensiblemente
Hagamos inventario:
Tenemos una voz fuerte y una risa
ruidosa, una coleta que fue, una altura difícil de alcanzar. Tenemos la imagen de su presencia
indiscutible, el indeleble recuerdo de su manera entusiasta y nerviosa de
hacer, de su pasión puesta al servicio de la vida. Y tenemos, sobre todo, su
continuación presentísima en Raquel, en Elena y en Irene.
Sabemos que Nacho, como decía
Julio Cortázar, sabía iluminar bruscamente lo cotidiano con el solo propósito
de embellecerlo. Al servicio de esa tarea, que debería ser la que
principalmente nos ocupara en la vida, ponía la ternura inagotable de sus manos
grandes, su sonrisa por defecto, el click de su cámara de congelar instantes y la
mirada azul de los que saben ver más allá de las fronteras.
Su chistera de mago era un saco
sin fondo, un manantial de conejos blancos y un laberinto de espejos por los
que adentrarse al País de las Maravillas, que es donde al fin y al cabo
acabaremos encontrándonos todos. Allí
nos veremos, amigo, para ganarle una mano a la Reina de Corazones y compartir
de nuevo una botella de buen vino. También, por qué no, para pasear con los
perros al atardecer.
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