Decía Guillermo Cabrera Infante que el mar es otro
tiempo, el tiempo visible, otro reloj.
Esta metáfora tremenda viene muy al caso, primero, porque estas líneas
van de las distintas hechuras que gasta el tiempo para saltar adelante y atrás
en su corriente imparable; y segundo, porque escribo estas líneas un día de
lluvia, a orillas del mar, muy lejos del monte que es el ramaje propio de mis
escritos; y en tales circunstancias – el cielo por fin gris, las olas batiendo
incansable, tenazmente- es inevitable
que el poeta adolescente que alguna vez fuimos nos asalte a punta de navaja
para exigir su parte alícuota del pastel. Habrá, pues, que dejarle hacer.