Estas líneas las escribí poco después del ataque a las
Torres Gemelas. Trece años más tarde tristemente mantienen su vigencia.
Cuando en 1.492 Colón pisó Cuba, no podía
imaginar que su manía de poner huevos en pie evitaría la muerte de muchos
norteamericanos cinco siglos más tarde.
En estos días en los que el polvo de las Torres
Gemelas parece haber cegado de odio a medio mundo, uno comienza a plantearse
por qué han sido los fundamentalistas del Islam quienes precisamente han llevado a cabo esta barbarie.
Para el fundamentalismo islámico, Estados Unidos se ha
erigido en el macho cabrío de su infierno: es el enemigo identificado, la
bandera a quemar. Razones no les faltan –para el odio, digo, no para esta
cosecha de muerte-, que Estados Unidos tiene sus botas militares y políticas
llena de la arena de sus desiertos. Sus arrumacos sionistas, el alpiste con el
que mimaron a la córvida guerrilla talibán contra la URSS, los soldados
iraquíes enterrados en los sótanos inexistentes de las dunas, y ese largo y
triste etcétera, son razones suficientes para que unos hombres religiosa y
mentalmente manipulados, decidan suicidarse en nombre de Alá, y a cambio de un
paraíso seguro, eterno y sin cuotas mensuales.
Ahora que el inmenso poder mediático y militar estadounidense despliega sus alas y el águila de su escudo anda enrabietada por haberse dejado un buen puñado de plumas en el World Trade Center, sería el momento de pararse a reflexionar qué podría haber ocurrido si la religión católica no hubiera sembrado de catecismos el sur de Río Grande y en lugar de las tres carabelas que salieron del puerto de Palos, hubieran sido las naves del Gran Turco las que hubieran puesto pie en tierras americanas.
Si echamos un vistazo a la espalda del siglo que
hemos dejado atrás, veremos que el desprecio estadounidense por todas las
fronteras americanas –menos las suyas, claro- ha sido tan manifiesto como
condenable. Afortunadamente, los católicos de América del Sur (en general,
todos los católicos de hoy en día) no tienen nada claro que una vida
ultraterrena se pueda conseguir derramando, en nombre de la fe, sangre ajena e inocente. Cerremos por un
momento los ojos y pensemos qué podría haber ocurrido si hubiera sido el Corán
el libro custodio de la caña de azúcar cubana, del cóndor andino o de la selva
amazónica; seguro que otro gallo peleón y arisco hubiera cantado para Estados
Unidos.
Conste aquí mi respeto por el Islam (a no
confundir con fundamentalismo islámico), por la mayoría del pueblo árabe, y por
su deseo inequívoco de vivir al margen de este delirio, pero no puedo dejar de
fantasear con las yihads que podían
haber surgido en México, Guatemala, Cuba, Haití, El Salvador, Honduras,
República Dominicana, Nicaragua, Chile... Otra vez el largo y triste etcétera.
Imagínense a Fidel Castro, Sandino, el Ché, Salvador Allende, Jacobo Arbenz,
envueltos en chilabas, arengando – y convenciendo- a ingenieros, profesores o estudiantes
a marchar a la Guerra Santa y suicida contra el enemigo del Norte.
Estados Unidos ha hecho gala de una arrogancia
histórica muy de matón de discoteca y ahora recoge el fruto amargo del odio que
ha sembrado. Los títeres de su siniestro guiñol a nadie hacen gracia.
Marionetas como Sadam Hussein, Pinochet, Somoza, Trujillo, Estrada Cabrera no
levantan la menor sonrisa de los niños iraquíes, chilenos, nicaragüenses,
dominicanos o guatemaltecos, porque no hay princesas a rescatar, príncipes
valientes, ni brujas con verrugas; tan sólo la marioneta de un asesino en
brazos de la “United Fruit Company” ("Mamita Yunai") o del fantasma
con la sábana ensangrentada de la C.I.A., repartiendo muerte y dividendos, y,
claro, esto no es muy del gusto de los niños.
Hoy todos han rememorado al profético francés
Nostradamus, pero ya a finales del siglo XIX, Mark Twain decía: "Que se pinte de negro las franjas blancas y
que se agreguen las tibias y la calavera en lugar de las estrellas a la bandera
de Estados Unidos". Dicen que el que siembra vientos recoge
tempestades. A mí se me nubla la vista de tristeza, como si mis ojos se
llenaran de los escombros neoyorquinos de tanta muerte. Nada justifica esta
aberración pentagonal y gemela, pero no deja de ser paradójico que Estados
Unidos se erija en paladín justiciero, en dador de “Justicia Infinita” contra
el terrorismo, cuando apenas unos años atrás, fue condenado por la Tribunal
Internacional de Justicia por su participación en actos terroristas tales como minar
el puerto nicaragüense de Corinto; cuando la CIA entrenó, financió y dio
cobertura política a terroristas como Bin Laden en su lucha contra la hidra
roja moscovita; o cuando Mamita Yunai, vio sus tierras expropiadas por el
Gobierno de Jacobo Arbenz e hizo de Guatemala un nido de comunistas
desestabilizadores del paraíso capitalista hasta conseguir el bombardeo
americano en 1.954 sobre Puerto Barrio y Puerto San José, cerrando los ojos
después ante el genocidio de 200.000 indígenas a manos de un ejército asesorado
por oficiales norteamericanos.
Decía Franklin D. Roosevelt de Somoza, el hombre
de Estados Unidos en Nicaragua: "Somoza
may be a son of bitch, but he's our son a bitch". Supongo que hoy
reconocerán también a Osama Bin Laden como otro de sus hijos de puta, un cuervo
criado con la leche agria de los pechos de la CIA, que se ha cebado, en nombre
de Alá, en los ojos de seis mil y pico americanos inocentes.
Afortunadamente, la Guerras Santas del
catolicismo huelen hoy en día a castillo medieval y a película de Robin Hood;
el tiempo de las Cruzadas pasó y los Papas de última generación ya no sacan el
clarín de la Guerra Santa porque las ovejas de su rebaño católico se partirían
de la risa con la iniciativa. Ningún católico en su sano juicio daría hoy en
día crédito a quien le vendiera un paraíso eterno a cambio de poner fin a sus
pasos en este valle de lágrimas estampándose contra una torre cuajada de vidas.
En Occidente, hoy se hace patria con Wall Street y no con un catecismo. Sin embargo, a lo que se ve, en los campos
sembrados por la palabra del profeta Mahoma, no es raro encontrar jazmines que
sólo se sienten florecer en su muerte. El problema de los paraísos eternos es
que se revalorizan cuando la vida terrenal está saciada de miseria, y en
Afganistán, Irak, Irán, Siria y otro largo etcétera, andan sobrados de hambre y
de fatiga, por eso no faltan voluntarios en la cola de los mártires.
Este factor religioso no es el único –ni mucho
menos-, pero sí es esencial para poder entender la serie negra y goyesca de
horror que se nos viene encima. Esta aberración suicida sobre las Torres
Gemelas y el Pentágono ha cogido por sorpresa a Estados Unidos que no había
sufrido nunca el azote terrorista como consecuencia de sus atropellos en
Latinoamérica porque, entre otras complejas causas, un genovés visionario y
aventurero convenció, huevo en mano, a la reina de Castilla para llegar a las
Indias atravesando el Atlántico.
Magnífica reflexión, Luis, aparte de ir adornada de una prosa y un estilo con los que comulgo totalmente. No es lo mismo musulman que islamita. Conocemos musulmanes que detestan la violencia y que sufren esta confusión islamita-musulmán y sus consecuencias.
ResponderEliminarManuel Pedrosa